Pancitos y mermelada de damasco
Enciendo la hornalla inferior izquierda de la cocina, coloco la pava (a la que previamente cargue hasta la mitad con agua), sobre la hornalla; levanto la cabeza dirigiendo la mirada hacia el sector donde usualmente guardamos galletitas, tostadas, budines y cosas así; recuerdo en ese preciso instante que un estante más arriba debe estar el paquete de harina en el cual Ana nos cargó una buena cantidad de pancitos caseros que ella hace. Efectivamente, ahí está el paquete, dentro sólo quedan cuatro pancitos. Abro uno con el cuchillo y buscó en la heladera algo con qué acompañarlo. Encuentro una mermelada de damascos que hizo y nos regaló la dueña de la casa que alquilamos en el verano en San Rafael, Mendoza. Es deliciosa, sabrosa, perfumada, de un color más oscuro que las mermeladas que se fabrican de forma industrial. Lo malo es que queda muy poco, casi nada. En el frente del frasco, esta dadivosa dama, quizás con la ayuda de sus hijos, pegó un papelito (es admirable que no se haya despeg...