Creo que es amor

Como postre lo último que escribió mi prócer:
El filósofo al pensar agarra para el lado equivocado, se va lejos, a la generalidad de los conceptos, a la irrealidad de las purezas . Por lo general esa actitud hace las cosas más dífíciles, no más accesibles. En algunos casos el estilo o la doctrina permite o aconseja el regreso al mundo real de los momentos y las cosas, pero lo más frecuente es que el impulso de conceptualizar equivalga a tirar al chico con el agua sucia. En este caso el chico es el tipo con barba rodeado de libros (su mujer y su trabajo), y no hay nadie que lo arroje a ninguna parte sino sólo él mismo que hace lo que puede, y lo que puede es poco.
Esto no quiere decir que no haya sentido o utilidad en el pensamiento. Hay que aprender a pensar, para adelantar experiencias, para desentrañarlas, para construir frases que estén cargadas de sentido, capaces de aclarar problemas y situaciones, para captar las figuras que unen elementos que nos parecen dispersos sin estarlo tanto.
Pero también hay que aprender a actuar, darse cuenta de que las cosas se elaboran al suceder, en la cadena de hechos productores de consecuencias y no en un espacio previo en el que uno podría salvarse de todo. Hay que aprender a probar, a dejar que la realidad piense y halle su forma en el movimiento. Hay que aceptar que la falla es parte del trabajo de encontrar lo que sirve, y no esperar a situarse en una seguridad perfecta. La seguridad posible es seguridad para actuar y bancarse las consecuencias, no la inalcanzable seguridad de la infalibildad.
El filósofo vive diciendo siempre lo mismo, porque quiere decir el centro de las cosas, y la vida vivida y vivible está más bien en la periferia, en las opciones afirmadas hasta el punto de existencia. Pero también vive lo mismo el que actúa y al actuar repite, porque cree que las cosas son de una forma que no puede ser cambiada, removida, alterada, recreada.
Esto no quiere decir que no haya sentido o utilidad en el pensamiento. Hay que aprender a pensar, para adelantar experiencias, para desentrañarlas, para construir frases que estén cargadas de sentido, capaces de aclarar problemas y situaciones, para captar las figuras que unen elementos que nos parecen dispersos sin estarlo tanto.
Pero también hay que aprender a actuar, darse cuenta de que las cosas se elaboran al suceder, en la cadena de hechos productores de consecuencias y no en un espacio previo en el que uno podría salvarse de todo. Hay que aprender a probar, a dejar que la realidad piense y halle su forma en el movimiento. Hay que aceptar que la falla es parte del trabajo de encontrar lo que sirve, y no esperar a situarse en una seguridad perfecta. La seguridad posible es seguridad para actuar y bancarse las consecuencias, no la inalcanzable seguridad de la infalibildad.
El filósofo vive diciendo siempre lo mismo, porque quiere decir el centro de las cosas, y la vida vivida y vivible está más bien en la periferia, en las opciones afirmadas hasta el punto de existencia. Pero también vive lo mismo el que actúa y al actuar repite, porque cree que las cosas son de una forma que no puede ser cambiada, removida, alterada, recreada.
La imágen es de un prócer archiconocido, no es mi favorito (prefiero a Spinetta, por ejemplo).
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