Un nuevo invierno
“Estoy yendo a buscarla desde hace 30 años”;
responde a los curiosos que lo observan entrando a la Plaza de Casanova por la
esquina de Lescano y París.
Llega atesorando una silla desvencijada hace rato.
La acomoda en el pasto y se sienta mirando hacia la palmera ubicada en el
centro de la manzana. Se descalza como si para ello fuese necesario un ritmo
cadencioso y lento; separa las piernas, cierra los ojos, junta las manos y las
posa sobre el pecho y piensa en el mar.
Y ahí queda, tan ensimismado como lleno de
preguntas:
-
Cómo puede desaparecer una persona
como ella sin dejar rastro alguno?
-
Seguirá llamándose igual?
-
Por qué nunca la invité a la playa de
noche?
-
Cuál es la deferencia entre abandonar
y ser abandonado?
-
Es que ya es tan tarde para intentar
algo?
Cuando vuelve a este lado de la realidad, se sabe
chef de un plato que todos probamos alguna vez. Se calza con resignación,
limpia con las manos el pasto y restos de barro que quedan en las patas de la
silla.
Emprende el indefectible regreso repitiendo un mantra
contemporáneo: “Si la adversidad triunfa dolerá, porque fui feliz”.
En dos meses comienza un nuevo invierno.
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