No sabía que esto era así
Ingresa El Topo a la escuela con
evidentes síntomas de haber consumido algún producto alucinógeno,
o dos. Estamos tomando mate en las mesas de entrada de la Escuela
Secundaria N° 127 de Rafael Castillo, Barrio San Francisco, zona
sensible del Conurbano Bonaerense, Daniel (el director del
establecimiento educativo), Julio (profesor de Historia y coordinador
del Centro de Actividades Juveniles que funciona en la institución) y Marcelo, alias Pichi (profesor de Educación Física). Debatíamos acerca de los resultados de los comicios del fin de
semana pasado. A simple vista, todos menos Pichi somos kirchneristas.
Ante la interrupción del Topo ninguno se alarma y le hablamos por
turno con calma. Dice “A esto le falta vida, la 93 (?) tiene que
moverse, falta música, movimiento, cachengue, dibujos en las
paredes”, mientras mueve los brazos con exageración, se lo nota
excitado. Como acompañamos el mate con sanguchitos de jamón y
queso, le ofrezco uno que quedó en un plato hondo blanco de plástico
y hace un gran esfuerzo por enfocarme con la mirada; agarra el
sanguchito, le da un mordiscón y dice “qué hacés profe, sale un
fulbito hoy?” y me ofrece su mano derecha en posición de saludo.
Me paro, le doy la mano y lo abrazo. Le digo “está toda embarrada
la cancha, si querés te juego al metegol”. Habrá escuchado como
mucho hasta “está toda...”, porque sale como entró, a los
ponchazos hacia la calle Santa Rosa. “Está mal este muchacho”,
sugiere el perspicaz director.
Al rato entra un jóven, pulcro,
impecable y flamante profesor con un atache negro, quejándose de que
“en la esquina, cuando estacionaba el auto se acercaron tres pibes,
uno salió de acá y me pidieron plata, como no les di me dijeron que
mejor no salga de la escuela porque me iban a reventar”. Pichi
sugiere “salgamos porque te afanan el auto”. El profesor
planchadito que tomó cargo esta semana como docente de Inglés,
habrá pensado que iba a dar clases en el Olivos School Day y no en
la 127 de Castillo. Sale embalado a defender su propiedad privada
roja de cuatro ruedas, que sus buenos pesos le habrá costado pués
es marca Chery y cero kilómetro. Salimos todos detrás previendo lo
peor. El jóven e inexperto docente encara a los pibes que están
parados en la esquina, porque está todo embarrado hasta el tronco
donde suelen pasarse horas y horas, al grito de “me tocan el auto y
es lo último que hacen!!!”. Para cuando llegamos a la escena, que
no fué de crimen por milagro, El Topo ya lo tenía del cuello y lo
medía para pegarle una trompada. Grito “pará Topo, la concha de
tu hermana!!!”, sabiendo que me arriesgaba a ser golpeado en
segundo turno. Cuando se me abalanzan los compañeros de andanzas de
Gastón (así se llama El Topo), este suelta al profesor a punto de
padecer un brote de cagazo y les dice “aguanten que es el profe,
momias”. Entonces se paran en seco y continúan mirándome con
odio. Camino hacia la ubicación de Gastón, me acerco y le digo al
oído “no seas boludo Topito, si querés unos pesos para tomar algo
decímelo a mí, no a estos giles que no entienden una”; le doy la
mano y hecho un bollito le paso un billete de $10. Me mira con los
ojos a media asta, mira a sus compinches, a los docentes que salieron
conmigo (estaban aguantando la respiración al borde de un colapso
por apnea) y ordena “vamos momias”. Se da vuelta, hace 2 pasos,
se para, gira y me advierte “el martes hacemos un fulbito profe,
que no se suspenda por lluvia, dejate de joder”, y levanta el
pulgar derecho antes de emprender la marcha.
Volvemos caminando los 15 metros que
nos separaban de la entrada de la escuela y el novel docente de
idioma extranjero ya tiene la desición tomada, entonces apenas
entramos le dice a Daniel “qué tengo que hacer para renunciar, no
sabía que esto era así”.
El Topo, Gastón, ya no es alumno mío,
lo fué hace 2 años, así que vi su conversión de niño travieso a
consumidor habitual. No era bueno jugando al fútbol, pero si un
entusiasta de ese deporte. Era capaz de armar los equipos a las
apuradas con tal de no perder tiempo y comenzar cuanto antes. Corría
para todos lados y reemplazaba su falta de técnica con sacrificio,
lucha y quite (no siempre respetando el reglamento). En una acasión
apareció a las 10 de la mañana (a esa hora tenía su curso
Educación Física), con olor a porro, confuso y de risa fácil,
junto a Nery, su amigo inseparable por esa época. Nery estaba igual
y les dije “manga de delincuentes, qué hacen a esta hora ya
fumados?”. Se reían (porque se reían de cualquier cosa), y
sospecho que para esa época, tendrían unos 13 años, comenzaron con
el consumo. Ahora están mas jugados, aparte del porro le dan al
paco, las pastillas mezcladas con alcohol y a lo que caiga. Ya le
había comentado esto a la anterior directora, bonita y poco
comprometida, quien prometió tomar cartas en el asunto; pero como en
esos días se casaba con un profesor de Educación Física con fama
de mujeriego (ella lo sabía, ella se lo buscó), se olvidó y todo
siguió su curso. Luego fué desplazada por Daniel, como director
titular y el seguimiento que debíamos hacer con Gastón quedó en
nada. Ahora en vez de cerrar la hornalla, tenemos que salir a apagar
incendios cada vez que se suceden estas situaciones que van in
crescendo.
Seguimos tomando mate, intentando no
hablar del tema. El profesor amenazado y casi agredido, se despidió
rápido y sospecho que hasta la General Paz (me enteré que vivía en
Flores) no habrá sacado el pié del acelerador y en este momento se
estará replanteando la posibilidad de dedicarse a laborar en
espacios tan riesgosos para su integridad e idiosincrasia.
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