La última tormenta

Cuando clasificó para la siguiente etapa de los Torneos Bonaerenses, Nancy (iba a escribir “ N.” solamente, pero no tiene sentido anonimarla) no lo podía creer, estaba orgullosa, le brillaba la mirada. Entonces comenzamos a realizar los movimientos necesarios para conseguirle el apto médico obligatorio. Hablé con Ana, mi hermana, quien gracias a un favor que había hecho podía solicitar la retribución correspondiente. Roby, el técnico en electrocardiogramas se encargó de hacer de nexo con la cardióloga. Una de las complicaciones que tuvimos, fue que justo comenzaban las vacaciones de invierno, era difícil mantener el contacto con la familia de Nancy.

A los 3 días de reincorporarnos de las vacaciones invernales conseguimos turno. A las 9:00 hs llegó la niña con su abuela; me enteré dentro del consultorio y luego del electro que esa señora mayor no era su madre. Con el estudio a la vista (Roby actuó de manera rápida y efectiva) la cardióloga pidió hablar conmigo. Resulta que a mi alumna le detectaron un problemita cardíaco, “no es grave, pero para desestimar cualquier otro problema le vamos a hacer una placa”, sugirió la facultativa. Con la orden en mano nos dirigimos al servicio de rayos. Luego de explicarle 4 (cuatro) veces al encargado de ese sector por qué razón debía realizarse el estudio la niña, con cara de no festejar usualmente el día del amigo, se dignó a atenderla. Con la radiografía de tórax en nuestro poder volvimos a consultar a la generosa cardióloga, quien decidió darle un turno para 2 semanas más adelante y así poder tener un diagnóstico exacto.

Nos despedimos en la puerta del Hospital de Niños, la gente humilde agradece sobremanera en estas situaciones, Nancy y su abuela así lo hicieron y se dirigieron a la parada del colectivo 624 con rumbo al Barrio Bid. Esa fue la última vez que las vi.

Ya se realizó la etapa regional y se definieron los competidores que van a viajar a Mar del Plata en octubre; ni noticias de esta niña de 11 años con discapacidad mental leve y una inmensa dulzura (cuando abraza lo hace de manera suave y profunda).

Hoy le pregunté a su maestra por ella y la verdad es que es una triste verdad. El padre de Nancy, alcohólico, adicto a las drogas e imbécil crónico, acostumbraba golpearla; a ella y a su madre también. La última vez, apenas 2 días después del control en el Hospital de Niños, terminaron las 2 internadas en el Hospital Paroissien debido a la paliza que les había propinado. Cuando recibieron el alta la policía les recomendó alejarse del tipo, viajar a un lugar seguro. No había margen para elegir. “Así que viajaron el viernes, Nancy destrozada, triste, esta escuela era su lugar, donde disfrutaba estar, jugar, compartir”, terminó de explicarme Graciela, su docente, con sus enormes y preciosos ojos empapados de indignación. Le toqué el hombro como gesto de insípido consuelo y salí caminando por el pasillo hasta el patio. Busqué una escoba y barrí durante 60 minutos (faltaron 2 maestras y tenía esa hora libre) minuciosamente la zona donde jugamos, donde están los aros de básquet y marcada la canchita de fútbol. El desconsuelo se mezclaba entre las hojas de los árboles que la última tormenta arrancó.


Cuadro "El árbol sin hojas" de Carmen Espla.

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