Diégesis Covid-19



Diégesis: Relato, explicación. Contar o rememorar en contraposición a mostrar. 
diferencia de la mímesis (busca reproducir hechos comprobables, documentados), 
la diégesis crea y obedece sus propias reglas, así solo aquellos que creen 
y confíen en ella pueden encontrarle sentido alguno.



A punto estaba de sentarme con la compu a corregir los trabajos prácticos de los alumnos (esos que les envié como Plan de Contingencia Pedagógica); a bajar un e-book que adquirí anoche, de madrugada a expensas de Romina Candelaro (a quien me recomendó efusivamente mi hermana Kití); y sobre todo a boludear mucho, cuando la voz de Adri acaramelada, la que utiliza en esas circunstancias de solicitud o ruego, dice “¿vas a comprar papas, zapallo y agua?”. Esto en un contexto normal (si es que existe) no sería problemático ni molesto, pero estamos inmersos en el aislamiento social, preventivo y obligatorio; lo que supone un riesgo salir sobre todo para aquellos que detestamos a la policía, más por cuestiones antropológicas que por otra cosa. Te paran y preguntan “adónde va?” y tu cerebro comienza a entrar en ebullición y surgen frases como “con esta bolsita de mandados y en crocs, a asaltar la sucursal del Banco Santander de Avenida de Mayo difícil, no?” o “ a Dolores a llevarles un poco de marihuana a los rugbiers que mataron al pibe en Gesell”. Pero sabio (o más que sabio con un raciocinio ligado a la supervivencia que muchas veces salva), decide que articule “al chino a comprar agua, papas y zapallo”. Entonces los guardianes de la seguridad y el bien común te escanean con la mirada de la cabeza a los pies y nuevamente hacia la cabeza, miran a su compañero (siempre hay 2 por lo menos de estos especímenes en esos improvisados retenes) con actitud de “sigamos hablando acerca de la pelotudez que estábamos hablando” y sin mirarte, con un gesto despectivo de la mano dicen “pase”.
Me cambio, porque estaba en piyamas y pantuflas, ya que comenzaron los días frescos de otoño y salgo por el pasaje hacia el mercadito de Pueyrredón y Arenales. Cuando estoy a 20 metros descubro que hay unas 15/20 personas haciendo cola en la vereda, separadas unas de otras a 1 ½  metros; y que si levantara la cabeza al caminar no tendría que hacerlo tan al pedo. Pego la vuelta sobre Pueyrredón, tomo Bulnes, me tanteo los bolsillos del joggin (para los profesores de educación física, cambiarnos para salir es ponernos joggin, zapatllas, remera y buzo) y compruebo que guardé en ellos el celular, plata y llaves, pero no el DNI (no cargué los documentos!!). Si me para la policía, que sea lo que dios quiera (a veces quiere y a veces no). Si me detienen al menos tengo el celular para llamar a Adri, mis hermanas y especialmente a mi abogado. Se, de tanto mirar series en Netflix en estos días, que tengo que negar todo y en lo posible no dar nombres. Doblo por San Martín y llego al chino, a la puerta del chino, donde hay 3 personas haciendo cola en la vereda. Un policía con guantes descartables y barbijo es el que indica, cuando y de a cuantos entrar. Justo detrás de mí se para una señora, sin respetar el metro y medio recomendado por la Organización Mundial de la Salud, la Salud Pública Nacional y C5N. La noto con ganas de iniciar una conversación, me alejo 2 pasos hacia el cordón y dice “éstos (por los chinos, claro) son los que trajeron la peste y ahora nosotros los mantenemos porque están todos los negocios cerrados en el barrio, ¿vió?”. Solo levanto las cejas. Sigue, la dama que está transitando los últimos años de la senectud, “mi nieto vive en Livorno, un paraíso en la tierra, es mentira que allá estén tan mal las cosas como dicen en la tele. Ellos tienen otra tecnología, son más avanzados”. Algo en mi cabeza hace un sonido parecido a ese ring tone que simula el destapar de una botella y arranco “señora, se están muriendo todos los tanos. Su nieto le miente para no angustiarla, para que no se haga problema. Si sigue a este ritmo la pandemia de coronavirus en 1 año desaparece Italia”. Me mira descolocada, herida en su orgullo, creo que se pone un poco más colorada la piel de su rostro y se le inyectan, imperceptibles al comienzo, luego más visibles, unos capilares sanguíneos ramificados debajo de la conjuntiva de los ojos. Toma aire y levantando un dedo para parecer amenazante dice “y vos que carajo sabés, estás allá vos? No, vos estás acá así que no opinés”. Sonrío, parece molestarle y el policía con guantes descartables y barbijo y apoyado sobre cajones de botellas vacías de cervezas me mira y dice “basta, basta, pasá por favor!!”. Se ve que son comunes las discusiones en estos días.
Agarro un bidón de agua de 10 litros (más pesado que conversación de italiana) y un paquete de queso rallado, siempre compro algo más de lo que sugiere Adri. Voy a la caja, la china con guantes descartables y barbijo, le dice algo indescifrable a otro chino (con pinta de haber pertenecido a la yakuza o a la mafia china que creo que le dicen Tríada), que acomodaba paquetes de cigarrillos. Le señalo el agua para no levantar el bidón de nuevo y le alcanzo el paquete de queso rallado, $170 marca la caja registradora. Pago y camino hacia la verdulería que está en la entrada y cuando le voy a pedir a Jeannette lo encargado, una señora quiere ingresar sin hacer la fila y el policía reacciona cual integrante de SWAT y se interpone en su camino, grita “solo quiero saber el precio del Nesquik. Solo quiero saber el precio del Nesquik!!”, con una calma milenaria, casi zen, la verdulera dice “cincuenta pesos está”. Todos, señora intempestiva, policía en acción, chinos embarbijados y yo quedamos absortos, congelados. A los 10 segundos la dama apurada sale tan rápido como llegó. Todo vuelve a la normalidad y pido lo que fui a comprar.
Vuelvo pensando, haciendo una fuerza descomunal con el bidón de agua, 2 kg de zapallos, 2 kg de papas y 1 kg de uvas (siempre compro algo de mas), que quizás Jeannette, la verdulera oriunda de Bolivia, sea una superdotada, tenga un coeficiente intelectual superior a 160 (en la escala gatel) y nosotros despilfarramos sus capacidades en lugar de tenerla en el Conicet buscándole la vuelta al control y exterminio del Covid-19. En vez de ofrecerla al mundo para su salvación, la tenemos confinada en una humilde verdulería de Ramos Mejía.

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