La posición natural
A Martincho, mi jugador preferido
Por
esos raros designios del destino, nacimos en el mismo año, 1968, él en enero,
yo en septiembre. Su padre, Chito, era mi hermano mayor; de ahí que el
sobrenombre que me acompañó durante toda la escolarización primaria haya sido “Tío”;
que generalmente refiere a un tipo degenerado, viejo, ventajero, pero que en mi
caso no resultaba agresivo. Como andábamos siempre juntos nos confundían con
hermanos, una vez una señora nos vio y dijo “qué lindos los mellizos”; no sabía
que significaba esa palabra y sonaba a caprichosos, traviesos, entonces me
ofendió, ni una sonrisa le dispensé, vieja grosera. Para colmo, en general,
solían vestirnos parecido.
Su
posición natural en la cancha era la del número 7, delantero por derecha,
aunque a veces jugaba de 9 o de 8; en aquellas épocas con tal de jugar,
jugábamos en cualquier puesto.
Era
habilidoso, rápido para definir, sabía tocar, devolverla redonda y pararse
siempre donde más le molestaba al rival. Nos entendíamos de memoria.
Cuando
estábamos, él en 7º grado, yo en 6º, al profesor de Educación Física, Enrique
(que vivía en José Ingenieros, Ciudad Evita), se le ocurrió o se lo impusieron
los directivos de la Escuela Primaria Nº 53 “Vicealmirante Julián Irizar”,
inscribirnos en un torneo interescolar. Los padrinos de nuestra escuela eran de
la Armada y por esos años (principio de los 80, plena dictadura
cívico-militar), tenían un poder de convicción que aterraba.
Creo
que la cosa era así, cada fuerza (armada, ejército, aeronáutica), debía
inscribir un equipo escolar que los representara, y vaya uno a saber por qué la
armada eligió nuestra escuela.
Visto
a la distancia, haciendo un mea culpa tardío, quizá fue nuestro aporte a esa
triste parte de la historia reciente de nuestro país.
Empezamos
a entrenar 3 veces por semana, y hasta nos compraron camisetas (azules con
vivos blancos). Par colmo de buenas, nos retiraban de clase con permiso
especial de dirección; qué más se podía pedir.
La
etapa distrital entre escuelas de La Matanza se disputó en el Polideportivo
Flecha (actual Centro Deportivo Alem), en Ramos Mejía. Ganamos cómodos,
teníamos un equipazo; Ruly en el arco, Marito Incardona y Sergio Sberna atrás;
Martín y yo adelante. En el banco quedaban: el áspero y aguerrido Claudio Agüero,
Sandy Panella de arquero suplente y Leonardo Peralta (habilidoso pero
livianito) como alternativa en ataque.
Se
jugaba 5 contra 5 en cancha de baby fútbol, que debía ser de césped, pero la
utilizaban tan seguido que era pura tierra. Ganamos caminando la clasificación
a la final provincial.
Para
las finales, la etapa más difícil, seguimos entrenando con ganas en la canchita
de la Iglesia de San Constantino, en la esquina de Malabia y Thames, rodeada de
enormes eucaliptus.
Viajamos
a La Plata en un micro de la Armada Argentina con tres veteranos vestidos con
traje militar de gala y cuatro conscriptos, que no se bien si disfrutaban o
padecían estar ahí.
Jugamos
en el predio del Club Gimnasia y Esgrima. Recuerdo de manera borrosa, lejana,
los nervios previos (que seguramente se esfumaban cuando la pelota comenzaba a
rodar), la cara de los tipos engalanados que viajaron con nosotros, junto a
otros vestidos de gala también, pero de otros colores. Sospecho que todos
tomándose unas copitas y apostando fuerte por sus representantes.
La
descosimos, ganamos por amplio margen los 5 partidos que jugamos, estábamos en
estado de gracia, nos salieron todas.
La
premiación fue en “El Bosque”, la cancha titular del Lobo Platense. Los
jerarcas que viajaron con nosotros nos alzaban y besaban con aliento a whisky,
estaban sumamente felices.
Nos
ofrecieron, a Martín y a mí, jugar en Gimnasia, querían saber (hablaron con el
profe Enrique), como comunicarse con nuestras familias.
Volvimos
contentos y campeones, recuerdo el beso babeado y emocionado hasta las lágrimas
de la señorita Norma, fuimos héroes el resto del ciclo lectivo.
Todos
sabemos que no se deben contar las monedas que no se tienen en las manos; pero
la distancia infranqueable entre San Justo y La Plata y, quizá también, la
falta de acompañamiento, hicieron que no lleguemos a ser futbolistas de
Gimnasia y Esgrima de La Plata. Martín llegaba a primera seguro.
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