Subespecie
Ni cerca estuvimos de irnos; cenamos con fruición, como si
hiciera 2 o 3 días que no probábamos bocado, pero no religiosamente.
Con sonidos llenos de matices la medianoche, a fuerza de
cambiar de forma, se volvió invisible.
El grado de certeza había aumentado de golpe y era igual al
del azar.
“Si tuviera un milagro a mano, lo pondría ahí, como quien
apuesta a pleno”, dijiste señalando hacia el oeste, con el perfil sombreado y
los rasgos biológicos de cualquier felino.
Nos acomodamos a presión en el sillón hamaca marrón claro,
como en un recuerdo, para aprovechar que ya nada podía lastimarnos. Éramos un
fuerte que nadie tenía intención de atacar, ni arrasar.
Evitamos hablar de lo que nos dejó, de sus horas preferidas,
de la sensación de perder la cuenta de cuantos otoños fueron y dónde fueron a
parar.
Somos, desde entonces, una subespecie envuelta en la
estética de lo cotidiano. Muchos de quienes estén leyendo esto, tal vez también
lo sean y aún no se hayan dado cuenta.
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