Primer día

 


Todavía hace mucho calor, no sé porque tengo que ponerme arriba de la remera nueva esta camisa grande y blanca que cada una de mis hermanas, primas y Ramona acomodan y tocan como si fuera algo sagrado.

Los zapatos me molestan, me quejo, pero parece que no hay caso, van a seguir molestando nomás. Al menos tengo un pantalón corto cómodo. También un nudo en el estómago que no se va.

Caminamos las 8 cuadras desde casa a “la escuela que te va a gustar tanto, donde vas a hacer amigos nuevos”, insiste Susy, mi hermana mayor. No quiero tener amigos nuevos, con los que tengo me alcanza. Ramona va callada, algo tensa; ya mandó a 8 de sus hijos a la escuela, soy el noveno, la novena vez que uno de sus hijos empieza primer grado.

Hacemos rápido el camino. En la puerta de la escuela una muchedumbre habla; una mamá grandota habla en voz alta y acomoda la ropa de su hija que tiene los ojos llenos de lágrimas. Un papá tiene de la mano a un nene con cara de estar aburrido, intenta soltarse de la mano firme que lo sujeta y no lo consigue, el padre lo mira recriminándolo, parece que no es la primera vez.

Se asoma una señora muy pintada y con voz firme dice que podemos pasar.

Nos abrazan nuestros acompañantes, se emocionan y nos ubican a todos juntos, uno detrás del otro, varones por un lado, nenas por el otro. Soy uno de los primeros porque los demás son más altos, quedo tercero, el primero tiene cara de tipo grande en cuerpo chiquito; el segundo es como yo de alto, pero prefirió ponerse ahí y no voy a discutir nada, no quiero peleas, todo me asusta: el lugar, la gente que no conozco, las señoras que hablan a un volumen alto y explican no sé que cosas. Una nena con colitas, de ojos grandes, me mira como a un bicho manso, creo que quiere hablarme.

Entramos en un salón y los chicos se van acomodando como quieren. Como me quedo parado sin saber qué hacer, la señora con una camisa grande y blanca como la mía, me toma de la mano y me dice que me siente en un banco cerca de donde ella se va a sentar. Es más grande el banco de ella, más robusto, más fuerte, más oscuro. Tengo ganas de llorar, desde que entramos tengo ganas de llorar. Veo a Susy, que se asoma y me saluda con la mano. Tengo ganas de ir con ella, pero la señora que habla parada de espalda a una enorme madera negra, se va a enojar, porque ya le dijo a una nena que deje de llorar, que la mamá estaba afuera.

Hay olor a lápices y otros útiles nuevos, tienen un olor penetrante, me gusta.

Por alguna razón, la señora que dijo llamarse “Señorita Cristina”, cambia de lugar a varios chicos. A la nena de colitas y ojos grandes la sienta a mi lado. La miro pero no me mira, parece incómoda, me tranquiliza que esté a mi lado. Eugenia, así la llamó la señorita Cristina que habla y habla y habla, comienza a sacar cosas de su valija marrón, como si lo hubiese hecho siempre, de manera segura, fluida. La miro a los ojos, sonríe y me muestra unos caramelos, dice en voz baja “después te doy uno”. Quiero abrazarla y decirle que me lleve con mi mamá o Susy.

Miro hacia la puerta y Ramona, pequeña, algo tímida, habla con la señora que vino con Eugenia, debe ser la mamá, es alta, segura, bonita, “buena por todos lados”, diría mi hermano Hugo.

La Señorita Cristina nos pide atención porque entra otra señora con una camisa grande, gris y pañuelo en la cabeza; trajo jarras con leche y pancitos que envuelven de un aroma profundo todo el salón. La Señorita Cristina le ayuda a servirnos la leche y los pancitos, cada uno saca su taza. Es rico todo, nunca tuve problemas con la comida. Eugenia toma su leche y muerde el pancito mirándome. Hace un gesto raro, hermoso, frunce la nariz, cierra un poco los ojos enormes color miel oscura y sonríe. Me olvido de la angustia. El mundo no es un lugar tan malo.


Comentarios

Entradas populares de este blog

PROYECTO: PALETS LC (Muebles de Palets Reciclados)

Demostración de Boccias en el Cef 112

Cine Sele