Si Borges fuera un iPhone


          Un tipo de gorrita con visera redondeada gris y roja debe subir abruptamente a la vereda porque un Renault 19 viejo y blanco casi lo atropella al doblar de Cristianía hacia Ruta 3 en dirección a General Paz. Cierra el libro y lo coloca debajo del brazo izquierdo, apretándolo en la axila; mira para todos lados para poder cruzar la Ruta 3, llena de polvo, casi en ruinas por la construcción del Metrobus Matancero, algo avergonzado por las puteadas del automovilista que frenó en seco para no chocarlo. Al alcanzar la vereda de Cristianía rumbo a Atalaya vuelve a abrir el libro olvidándose de la vergüenza y de cualquier otro sentimiento terrenal y de nuevo se zambulle en la lectura de “Kriptonita”.
          Otro, que viene en dirección contraria, lo choca y a punto está de perder el equilibrio y el ejemplar de “Arenas Movedizas” que lleva en las manos, pero logra mantener la estabilidad  y la atención en la lectura.
          En la parada del 317 que termina su recorrido en Crovara y Cristianía hay una niña de no más de 16 años, vestida como una new punk, no ve, no se da cuenta que pierde el colectivo por estar profundamente ensimismada con “El Huracán lleva tu nombre”. Cuando se da cuenta ya es demasiado tarde, apenas queda de ese animal enorme de chapa, en el aire, el oscuro y espeso humo que le salió por el culo.
          Una parejita de muchachos, prolijos, caminando con pasos cortos y lentos leen juntos, abrazados, apretaditos, “Tokio Blues”. Al finalizar cada párrafo se miran a los ojos y sonríen.
          Desesperada, una señora, busca la ayuda de dos pitufos, que usualmente se ubican en la esquina de la Pinturería Sendra, como siempre están distraídos, ella leyendo “El hombre ilustrado”, él haciendo lo mismo con “La felicidad en la otra esquina”. Grita y gesticula para llamarles la atención, dice que eran 2 los pibes que le robaron “El Aleph”, que lo compró ayer y apenas había leído 12 páginas, y que salieron corriendo para el lado de Mi Esperanza, que los vió doblar en la esquina de la Inmobiliaria Montes. Los policías municipales guardan sus libros  en los bolsillos del uniforme y se miran como diciendo “vieja boluda, necesitás andar mostrando un libro así en la calle? Si sabés como son las cosas por acá”, pero no lo dicen. Intentan calmarla y le sugieren que haga la denuncia en la comisaría de Casanova. La dama adulta entra en erupción colérica y grita “en esa comisaría de mierda se la pasan leyendo y nadie le da pelota a las denuncias. Este es el segundo que me roban en una semana. Voy a comprarme un chumbo para empezar a bajar negros roba libros, ya van a ver!!”. Al ver que se aleja, ya como a 20 metros, los policías vuelven a lo suyo.
          Todos sabemos que está absolutamente prohibido leer y manejar, pero el chofer del 88 (cartelito naranja, por Alberdi), no se da por aludido y cada vez que lo para un semáforo saca de debajo de su bíceps sural izquierdo “La insoportable levedad del ser” y lee con fruición hasta que algún conductor impaciente le avisa con la bocina que el semáforo ya está en verde.
          Las paredes están plagadas de afiches de la nueva obra de teatro de Hernán Casciari, que se va a presentar en el teatro de la UOM, en San Justo, y de la “Fiesta de la lectura” en Jesse James, donde habrá concurso de cuentos, relatos y poesía. Los premios son tentadores van desde la saga completa de Wallander, a un almuerzo en el tenedor libre chino de la Rotonda de San Justo con Washington Cucurto de anfitrión.


          Hoy me quedé dormido, salí apurado y olvidé “La velocidad de las cosas” en el suelo, porque no tengo mesita de luz, debería comprar una. No me queda más alternativa que ir viendo todo lo que pasa hasta llegar a la escuela.

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