Vine a retirar unos papeles


Anoche, como a las 19:05 comencé a prepararme para el encuentro vía Zoom del Taller De Hacer, un taller de creatividad que dirige Alejandro Rozitchner. Conecté la compu, como se abrió la caja del tomacorriente del living, donde suelo enchufarla, estiré el cable para que llegue al baño; quedó tirante, pero quedó. Como la batería está agotada, si no la enchufo funciona solo 10 minutos. Adri preparó tés (el mío de hierbas mentoladas, el de ella de manzanilla con anís), es que estamos algo estropeados del estómago y necesitábamos merendar livianito. Abrí los correos para ver si algún alumno había enviado trabajos prácticos; habíamos acordado que durante el receso de invierno no enviarían trabajos, corroboré que 9 alumnos no lo entendieron así.

A las 19:20 recibo un llamado de Fabio, director de la escuela secundaria donde tengo la mayor carga horaria, soy jefe de departamento y que queda a 300 metros de mi casa, por eso más que nada tengo las llaves; para decirme que recibió un alerta, si podía acercarme a la escuela que la policía estaba en camino y él tardaría una media hora en llegar. Le dije que si, que no había problema y que no se preocupara, que esperaba a la policía para entrar y ver que no haya nada raro. Muchas veces algunos animales como gatos (en el mejor de los casos), activan la alarma. Como en el mismo edificio funciona, en el turno noche, un Instituto de Formación Docente, mientras caminaba apresurado hacia la entrada de la calle Pueyrredón, pensaba que quizá alguien del profesorado había ido a buscar documentación y había olvidado desactivar la alarma. Llegué, no había nadie y la luz de la vereda del colegio estaba apagada. Esperé a 20 metros de la entrada, parecía que en cualquier momento se largaría un chaparrón, el aire estaba espeso, olía a lluvia.

A los 5 minutos llega un patrullero y se estaciona justo frente a la puerta de doble hoja verde con rejas verdes. Les hago una seña y bajan 2 mujeres policías, jóvenes, con mirada de desilusión y desconfianza, donde se podía leer “¿por qué no entraste, apagaste la alarma que activó alguna rata y nos dejás tranquilas tomando café en la comisaría? Infelíz!”. Pongo la llave para abrir la reja y estaba sin llave, con el portón pasó lo mismo. Ingresamos, ellas por delante con las manos hábiles sopesando el arma, con la necesidad de constatar que no se la habían olvidado. Las luces del patio estaban encendidas; en las oficinas del profesorado (las primeras apenas se ingresa, a la derecha), no había nadie, estaban todas las luces apagadas. Nos dirigíamos hacia la dirección, el tercer salón de la izquierda, cuando escuchamos sonidos provenientes de la secretaría, un salón ubicado previo a la dirección. Se abre la puerta lentamente y sale Walter, auxiliar del turno tarde (gordito, canchero), acomodándose la ropa, algo despeinados sus pocos cabellos; atrás sale una dama, gordita, retacona, de largo pelo oscuro, arreglándose la ropa, avergonzada. Una de las policías (la más fastidiada, pareciera), con el arma en la mano apuntando hacia abajo, dice a Walter: “Usted quién carajo es?”. Así “Usted”, con respeto; luego “quién carajo”, sin respeto, para regresar al modo respetuoso y cerrar con un “es?”. El auxiliar, intentando presentar una buena excusa, dijo “yo trabajo acá, vine a retirar unos papeles”. Se notó que apenas lo dijo se arrepintió, ni él lo creyó. Señalándome con el índice de la mano derecha agregó “él me conoce”. Moví la cabeza en señal de aseveración y me sentí partícipe necesario, cómplice. Las policías me miraron y como no decía nada, una se acercó a Walter (manteniendo la distancia social) y preguntó “¿tenés llave de acá?”, “si, no las dejé la última vez que vine a trabajar”, contestó, mostrando un manojo en la mano. Para descomprimir la situación, tomé aire y dije “dame que las guardo en secretaría, cerramos y nos vamos”. Le saqué las llaves de un sutil manotazo y dirigiéndome con una sonrisa a las émulas de Angie Dickinson, dije “aclarado, entonces”; como si todo hubiera sido un malentendido, y mirando a Walter en tono amenazador, para sonar convincente agregué “Fabio llega en 5 minutos, vas a tener que hablar con él”. “¿Quién es Fabio?”, preguntó la policía más retraída; “el director de la escuela, vayan tranquilas”, les dije. Guardaron sus respectivas armas y antes de irse repitieron “aclarado, entonces”. No hablé, levanté el pulgar, bajé y subí la cabeza dos veces y las acompañé. Expeditivas, salieron echándole miradas acusatorias a Walter. Apenas subieron al patrullero y arrancaron volví a entrar; en voz baja le dije al auxiliar “decile que se vaya antes que venga Fabio”. Ella, acomodándose una campera negra un talle más chica, que no le cerraba, hizo 4 pasos hacia Walter y con la voz firme, como de quien odia, dijo “dame la sube, pelotudo”. El pelotudo de Walter metió la mano derecha en el bolsillo derecho delantero del pantalón azul de jean y sacó un celular; luego tanteó el bolsillo derecho trasero y de allí extrajo una tarjeta sube que tenía un protector blanco con el escudo de River Plate; se la extendió, ella la tomó, me miró con una mezcla de vergüenza y agradecimiento y salió dando pasos cortitos y rápidos. Walter tuvo el impulso de acompañarla, le apoyé la mano en el pecho y le hice que no con la cabeza. 

Caminé lentamente hacia el portón verde abierto y me paré en el umbral. Walter se paró a mi lado acomodándose mejor la ropa. Mirando al cielo dije “mejor que inventemos una historia creíble”. Empezó a caer con ganas el chaparrón que tanto se hizo desear, y pensé en qué estarían hablando en el Taller De Hacer.


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