Chocolate

 


En la esquina de Avenida Independencia y Matheu hay un bar de los de antes, para poder consentirlos ahora se los llama tradicionales. Me decido a sentarme y pido un cortado ("lágrima", digo) y una medialuna de manteca. Saco el cuaderno de Suteba donde escribo todo (cosas de la escuela, discursos, poemas y hasta esto que estoy escribiendo ahora) mientras escucho en el celular "Bombay", de los Pérez García que implosiona mi estado de ánimo, había jurado no recordarte.

El mozo expeditivo deja el pocillo posado sobre el platito, un vaso con agua y la medialuna que brilla de tanto almíbar con la que la pincelaron.

Mis tres vecinos de mesa, uno en cada una, están ensimismados con las pantallas de sus móviles: uno se ríe, el otro transcribe algo con apuro y el otro pasa la yema del dedo índice de abajo hacia arriba aburrido.

De golpe se enciende la TV, miro para donde está colgado el aparato e inmediatamente hacia el medio del salón, donde está el mozo intentando bajarle el volumen con el control remoto al que no puede controlar porque sigue sonando un rock vacío y cantado con voz nasal, "Te busco en mis sueños y te veo sonriendo, despierto angustiado y todo ha terminado...", perturba, tanto que tengo ganas de correr hasta el kiosko que está a media cuadra sobre la avenida a comprar pilas. Al fin logra bajar el volumen y cambia de canal, ahora queda hipnotizado viendo como una cocinera simpática hace chistes y prepara algo con chocolate, en la pantalla aparece la lista con los ingredientes para hacer "Brownies de chocolate amargo". Lo llaman desde la cocina con un silbido suave y claro y regresa a tierra. Se pone el control en el bolsillo, saca una birome y una libretita donde anota algo, guarda todo en el bolsillo delantero del faldón y camina lento hacia la cocina.

Pienso en todas las cosas que nos acercan a la felicidad (artesanal, artificial, efímera o definitiva). Pienso en los viajes, las siestas, los mates, las fiestas, los abrazos, las risas.

Comienzan a preparar café, la máquina exhala un humo gris claro y ardiente, tengo ganas de pedir otro café (lágrima) solo para tener excusa para quedarme un rato más, en cambio llamo al mozo y le pido la cuenta. "Dos mil", dice y agrega "me gustan los postres con chocolate, no el amargo, ese es muy fuerte, voy a ver si le preparo algo a mi nieto el lunes que tengo franco". Guarda la plata que le di, con $200 de propina incluidos y pregunta "hay algo más rico que el chocolate?", no se si contestarle que soy alérgico a ese invento oscuro e indigno o dejarla pasar, es solo un mozo, no voy a volver a verlo. Me decido por comentarle "a mi me gusta el chocolate blanco". Me mira como si le hubiese confesado un crimen. Me paro, guardo en la mochila lo que saqué y se queda mirándome fijo. Cuando ya en la vereda paso a la altura del ventanal, miro hacia adentro y noto que aun me sigue con la mirada desconfiada, como gitano deseando una maldición.

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