El mar adentro


Me duele de manera intensa, profusa, con ganas la cabeza. Me paso la palma de la mano derecha por la frente, con los dedos  índice y pulgar de la izquierda presiono levemente los globos oculares. Mantengo los ojos cerrados, ahora  con las manos me tapo las orejas y escucho el mar. Solo el mar, nada de pájaros, ni voces, ni ecos lejanos; solo ese sonido limpio del viento corriendo por sobre el agua y moviéndola en una dirección determinada. Tendré el mar adentro? Un mar de vastas playas solitarias, donde suelen encontrarse maderas, restos de algún barco con partes de historias que ya pocos recuerdan. Con cada latido, el dolor crepita. Respiro hondo, intento hacer la menor cantidad de movimientos posibles. Parado de frente, observo como el filo del horizonte corta el paisaje en dos, lentamente me invade una extraña sensación de nostalgia, así, de pronto, sin más. “Cuando quieras un encuentro sincero, lleva a la persona al mar”, dice Murakami. Eso debe ser, el rumor de las olas, la quietud, la soledad y tu recuerdo me trajeron acá. En este preciso instante comprendo que existe algo más profundo que el dolor.

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