Ojalá


Haciendo tiempo en el Parque Rivadavia, sentado en un banco de madera pintado de verde botella, soy testigo de una canallada. Una viejita de unos 80 y pico de años avanza con su bastón a ritmo lento, cansino, resignado; una parejita que viene coqueteando y que juntos no suman la mitad de la edad de la ancianita, casi se la llevan puesta por hacerse los graciosos al empujarse entre si. En vez de pedir disculpas, se ríen estruendosamente y siguen en lo suyo. La ancianita necesita sentarse, la ayudo para que lo haga a mi lado y así poder reponerse del susto de ser embestida y casi terminar en el suelo (no lo hizo de milagro). Le pregunto si está bien y contesta que “si, casi me tiran esos dos irrespetuosos. Sabés, viene demasiada gente de provincia ahora a esta plaza a no hacer nada, a perder el tiempo. Toman alcohol, se drogan, yo no sé pero hasta sexo deben tener porque no les importa nada. Ojalá que ahora que se van del gobierno, la cosa cambie, que haya más control y  no venga cualquiera. Yo hace 60 años que vivo acá, a una cuadra y jamás vi tantos negros como ahora”. “Mire usted”, solo agrego. Me paro, juntos mis apuntes y biromes, saludo y me voy pensando que ojalá (que viene de Oj-Alá: “Alá así lo disponga”), aunque no creo en Alá, cuando se pare para irse pase una bandada de parejitas boludeando y la empujen, la tiren, la pisoteen y si aun vive le den un tiro de gracia. Me voy a hacer olímpicamente el distraído. Que la ayuden Rodríguez Larreta y su troupe a la vieja gorila esa.

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