Chloé


Tenía un nombre desprejuiciado y bonito: Chloé, algo difícil de pronunciar. De todas formas todos la llamábamos así.Coincidimos laboralmente un verano. Esos trabajos de temporada consistentes en hacer más llevadero el verano a los niños de Capital. Juegos, canciones y sobre todo pileta que, esencialmente servía para subirnos la libido a escala 6 o 7 (Ritchter), cuando nuestras compañeras aparecían en minúsculos trajes de baño.
Si bien Chloé era una de las 3 compañeras que nos dejaba en llamas, su simpatía hacía la diferencia.
La vi por primera vez en una reunión fastidiando al encargado de llevar adelante la bienvenida al plantel en esa sede. Que es quizá el sitio indicado para conocer a alguien así. Era cerca de mediodía y la luz potente de principios de verano parecía aglutinarse a su alrededor.
- A mi me recomendó mi marido y a vos? _ Dijo al finalizar la reunión con expresión grave, como si hablara de un fantasma o de alguien que padeciera una enfermedad contagiosa.
- A mi no. _ Respondí y le causó gracia.
En cualquier caso, algo en ella me conmovió hasta lo más profundo, algo que sentí se localizaba en sus ojos más que en ninguna otra parte, aún teniendo en cuenta que tenía muchas partes interesantes. Quedé inmóvil por un buen rato mirando como se alejaba cruzando el parque.
La temporada transcurrió con tranquilidad y más allá de los inconvenientes lógicos (insolaciones, pérdidas de mochilas y zapatillas, y padres que se olvidaban de retirar a sus pequeños en horario) no sucedió mucho más.Como todos los años, los directivos organizaron una fiesta de cierre en una discoteca, para agradecer a los empleados el esfuerzo, responsabilidad y sacrificio; nunca lo dijeron, pero hubiese quedado bien.
Esa noche nos sentamos juntos en un sofá en un rincón del local y vimos danzar a nuestros conocidos, algunos con buen ritmo, otros no tanto, pero se animaban. Pedí dos tragos y los bebimos, no ocurría gran cosa, nada.
Al parecer sabía que era torpe a la hora de entablar una conversación. Eso me condicionaba y empeoraba la situación. Al principio hablamos del clima. Había tantas cosas que quería saber. Pero ella no hablaba de sí misma, y yo me abstuve de hacerle preguntas personales. En eso apareció Seba, un amigo, y nos propuso salir a comer algo, aprovechando que su hermano le había cedido por esa noche el auto. La gentil propuesta tenía una explicación, quería intimar con una compañera y ella prefería ir a comer algo junto a otras personas. Le vinimos como un guante a sus intenciones.
Después de un viaje moderado en cuanto al tiempo y frustrante para Seba, ya que su ocasional pareja prefirió que la llevase a su casa, nos depositó en el parque de madrugada. Era tan ardiente como una brasa en la mano.
—¿Por qué? —le pregunté cuando estaba ya amaneciendo —. ¿Por qué no querés hablar de vos? Quiero conocerte mejor.
Me observó un rato y luego sacudió la cabeza.
—No lo sé —dijo clara, tranquilamente, exhalando una bocanada de palabras tibias— Me gustan las historias de todos los demás, pero yo no quiero mi historia.
Nos volvimos a encontrar en varias ocasiones, una vez que regresamos al otoño. A la larga comenzamos a salir. No íbamos al cine, sin embargo, ni a tomar cerveza o gaseosas. Ni siquiera íbamos a bares. Era raro que Chloé comiera algo. En lugar de eso, solíamos sentarnos en un banco en el parque a hablar de distintas cosas: de todo salvo de ella.
Por eso no puedo contar su historia, nunca la conocí.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
querido amigo!!! es hermoso lo que escribiste... te quiero mucho hiciste que me emocionara al traerme esos recuerdos...

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