Andy


Hace nada mas que un rato leí un poema que Andy Nachón me dedicó. No tan así, absolutamente, pero como está dedicado a todas las personas que viajan en el ex Sarmiento en bicicleta, me lo adjudiqué sin mas. Es brillante, escribe con un estilo profundo, íntimo; la estructura de sus poesías son libres, sin restricciones.
Viví casi 2 años en el mismo edificio que ella/el en la calle Combate de los Pozos entre Carlos Andrés Calvo y Pueblo de Irak. Paseaba siempre acompañada de extraños seres: un perro ovejero alemán viejo, tuerto y tontón; una chica con aspecto de chico y mirada amenazante, típico de las personas que buscan determinadas poses para llamar la atención y cuando las observás se sienten incómodas. También la crucé con algún que otro pseudohombre. Tuve el presentimiento, desde un primer momento, que ninguno pertenecía a la raza humana, a excepción del perro.
Andy habla como un duende, de cantar lo haría como Ian Anderson (cantante de Yes), también te mira como si le sorprendiese todo lo que le estás contando, ya sea “parece que va a llover” o “la vieja del 4º B que administraba el edificio se afanó toda la guita”. Viste en general camperas largas y oscuras, que acompaña con zapatillas con plataformas coloridas.
Concretamente parecería cagarse en todo lo que implique preocupación terrenal, es divina/o. Solía hacer reuniones los viernes o sábados en su departamento, el de la terraza común que solo ella utilizaba, con buena música, muchos tragos y algunas otras cosas. Un sábado, un boludo de sus invitados tocó 2 veces el timbre de nuestro departamento entre las 3 y 4 de la madrugada pensando que era el de ella/el. El tipo estaba pasado de rosca y no de Pascua, porque Pascua es en abril y todavía estábamos en verano.

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