El álamo
Ese invierno parecía más una continuidad
del verano que la consecuencia de haber atravesado el otoño. Los últimos días
la temperatura no había bajado de 30°; precisamente el día que apareció por
primera vez hacía unos 32°, pegajosos y minados de mosquitos en el enorme campo
de La Curva. No había clases por la medida de fuerza que habían tomado los
gremios docentes, debido al incumplimiento por parte del gobierno provincial de
un aumento del 11% en los sueldos a partir de julio; ya estaban cerca las
vacaciones de invierno y aquello parecía más unas pre-vacaciones que paro por
tiempo indeterminado.
Titi y Luciano jugaban a patear al arco
intercambiando los roles, Titi era quién más pateaba porque mucho atajar no le
gustaba; cuando la pelota pasaba lejos del arco, era el momento del cambio de
roles. Ya cerca de las 18 horas comenzó a oscurecer; la temperatura no lograba
engañar al anochecer y su porfiada puntualidad.
Carlitos sentado en un banco hecho con
maderas de palets recicladas, conversaba con José y tomaban mate; mientras
miraba de vez en cuando que sus nietos no se peleen; no era comun pero le
molestaba sobremanera que lo hicieran. Se paró para ir al baño cuando Titi y
Luciano se acercaron corriendo, algo asustados, algo avergonzados; Carlitos
presintió que se habían mandado alguna cagada como pinchar la pelota o colgarla
en la fábrica de baldosones contigua; no era raro que a pesar del alto muro al
pegarle a la pelota con fuerza y muy mala dirección la pasaran al lado.
"Qué carajo hicieron?" preguntó entre retándolos y haciéndose el
compinche; se miraban los niños con culpa y Titi dijo "este tiró la pelota
atrás del álamo y cuando la fui a buscar apareció un nene y me pegó un susto
bárbaro", "un nene?", dijo Carlitos "manga de pelotudos,
vayan a buscar la pelota que ya nos vamos, no ven que estamos nosotros solos,
que va a ser un nene escondido ahí?", señalando el enorme árbol de tronco
gordo que hacía unos 10 años había plantado Luis, antes de irse a vivir a Costa
Rica. Como los chicos estaban dispuestos a cualquier penitencia antes que volverse
a encontrar con otra sorpresa, Carlitos fue a buscar la pelota; volvió y cómo
quién muestra un trofeo de caza dijo "acá está, dice el nene que la
próxima no la devuelve", haciéndose el gracioso y superado. Caminando
rápido salieron por delante los chicos, atrás Carlitos y José.
A las 2 semanas, durante un partido que
iban a jugar mezclados, los pibes del fondo y los de San Nicolás, en La Curva,
mientras se cambiaban los que iban a jugar, los demás hablaban sentados en el
pasto y todos fumaban porro y tomaban cerveza, Leo se paró a duras penas (venía
de una gira de unos dos o tres días) y se dirigió decidido hacia atrás del
álamo a descargar la vejiga; volvió con el miembro en la mano y con la mitad de
lo que había expulsado en el pantalón, asustado, los demás comenzaron a
cargarlo; decían "otra vez se meó este borracho, llévenlo a la casa",
"guardá eso degenerado, no ves que a Jorgito se le hace agua la
boca?", "como dijo Napoleón,
mitad afuera, mitad en el pantalón, Leo la concha de tu hermana". Leo se
sentó y comenzó a llorar; al principio suave como emocionado y después con
ganas. Seguían cargándolo algunos pocos y otros trataban de consolarlo, cuando
comenzó a decir "vi un duende, vi un duende...”, con la mirada más pérdida
aún que a raíz del exceso de paco y cerveza. Como ya empezaba el partido nadie
más le prestó atención. Cuando Cutu nos contó lo que había pasado nos miramos
con José y Carlitos y comprendimos el instante que estaba a punto de nacer una
leyenda urbana, la del nene o duende detrás del álamo en La Curva; nos hicimos
los desentendidos y nos reímos como los demás. Leo salió hacia vaya uno a saber
donde, sin esperar a sus compañeros de aventuras.
Con el tiempo no se volvió a hablar más del
tema, pero internamente sabíamos que teníamos que hacer algo al respecto.
Carlitos tomó la decisión y dijo "vayan a hablar con el loco Conte, que
conoce bien el cura de San Nicolás, para que venga a hacer una limpieza,
bendición o como mierda se llame". Llamamos al loco y le explicamos lo
sucedido, mintiéndole un poco, le dijimos que como había muerto el nieto de
zapatero hacía un tiempo y a él le encantaba (cuando iba a La Curva) jugar en
el álamo, pensamos hacerle una ceremonia en ese lugar. No sé qué le habrá dicho
el loco al padre Matías, un cura al que le desconfiábamos, como a todos los
curas, pero de este sabíamos las cosas que hacía con los hombres que le
gustaban (cuando se descuidaban les manoteaba el ganso sin preámbulo, ni
Evangelio según San Mateo). Cayeron un viernes como a las 19 horas, hacía un
frío conmovedor y se había levantado viento; el cura quería hacer una misa
completa y le sugerimos entre chistes al loco, nuestro intermediario, que
alcanzaba con que tirara un poco de agua bendita, rece un Padrenuestro o dos,
un Ave María y a la lona; "si tarda menos de 15 minutos dejamos que se la
toque un poquito a José" le dije al oído al loco, no tan bajo como para
que José me escuchara, porque me miró como quien putea y dijo "que te la
toqué a vos el cura puto ese". Fue rápido el asunto, estaba como adormecido
el padre Matías; tiró agua bendita con un adminículo parecido a un micrófono
que embebía en una fuentecita, rezó indefectiblemente un Padrenuestro y un Ave
María, no se la tocó a nadie y se fueron llevándolo medio en andas.
Ahora estamos más tranquilos. De todas
formas cuando apagamos las luces del salón contiguo al arco de atrás y
encendemos las de la galería, nos resulta imposible no relojear para el lado
del álamo; quizás sea morbo, miedo o deseo de darle unos minutos más de
existencia al nieto de zapatero, que murió de manera prematura al caer de la
terraza de su casa por buscar un avioncito de papel que le tiró su hermano.
Ojalá el álamo siga creciendo y ojalá que él siga sintiéndose cómodo ahí.
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