El paquete



Anoche, bien entrada la madrugada, me despertó algo que cayó al suelo con un sonido seco. Me asomé al living, estaba todo en su acostumbrado desorden, fui a la cocina y no noté nada caído o fuera de lugar en relación a cómo había quedado, o como recordaba que había quedado todo a la noche, antes de acostarme. En el baño tampoco noté nada raro, corrí hasta las cortinas de la bañera y todo estaba bien. Pensé en asomarme al patio, pero preferí volver a acostarme. No debería ser nada grave. A veces los sonidos provenientes de los departamentos aledaños se escuchan nítidos, carentes de privacidad.
Al levantarme y luego de la ceremonia higiénica, pongo la pava para desayunar con Adri y recordando lo sucedido por la madrugada voy al patio, de paso veo entre las casas algo de cielo. En el suelo descansa una bolsa, bien empaquetada firmemente envuelta por una protección con forma rectangular, de color naranja pálido; observo bien, antes de tocarlo me coloco unos guantes. Pesa como medio kilo, los contornos son redondeados, no se deformaron con la caída. Por entre el envoltorio prolijo pueden verse letras y palabras, en un idioma que no es castellano, ni inglés, ni francés, ni chino (no es que sepa ese idioma, es que no observo ideogramas, esos dibujitos laboriosos con los que escriben esos seres asiáticos). Cuando lo giro hacia un lado, todo el peso va hacia ese lado; lo volteó hacia el otro y vuelve a cambiar, a ubicarse nuevamente el peso, no de forma abrupta, sino parsimoniosa y relajadamente. Lo dejo sobre la mesa blanca de plástico del patio, me lavo las manos y comenzamos a desayunar. 
Escribo algunas cosas, corrijo tarea que me envían mis alumnos, voy al chino a comprar galletitas, frutas y pilas. Almorzamos, lavo los platos y enseres que utilizamos, tomamos té digestivo, duermo una siesta de dos horas, Adri prefiere ver tv. 
Escribo algo más cuando me levanto, veo videos que me recomendaron. Hablo con Theo mediante videollamada, envío mensajes a Barbarucha, Dani y José. Llaman Dani y José; hablamos poco. Con unos mates y vainillas me arreglo para la merienda, Adri se queja, prefiere café con leche y medialunas. Vemos los dos capítulos de una serie finesa llamada Sorjonen, para terminar una temporada, la última; y pienso que no deberíamos cenar, que con unas frutas alcanza, así no dormimos tan cargados de estómago y no tengo pesadillas y dolor de cabeza. Voy al baño a asearme, me acuesto, Adri hace lo mismo. Enseguida me invade un sueño pesado, profundo. Despierto de madrugada, abro los ojos en la oscuridad, tanteo al costado de la cama, en el piso encuentro el celular, lo enciendo, son las 3:50 de la madrugada. Me acuerdo del paquete, me pongo las crocs, me duele la cintura. Paso al living y de ahí por la cocina hacia el patio. Sobre la mesa blanca reposa prolijo el paquete; lo vuelvo a sopesar en la mano derecha, miro hacia el cielo estrellado y tomando un impulso de dos pasos lo revoleo apuntando a la copa de una enorme palmera, dos o tres casas más allá. Me lavo las manos, vuelvo a acostarme. Adri duerme tapada hasta las orejas.

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