Loco de nuevo



Hará unos 20 o 21 años de esta historia, porque Fede, de unos 19 años ya, hijo de Walter y Marita aún no había nacido y no recuerdo que se hayan casado embarazados. Creo que Fede nació dos años después, no estoy seguro. Lo cierto es que después de la fiesta de casamiento de Walter y Marita, con una ingesta más que abundante de alcohol, drogas blandas, papelones y vaya uno a saber qué otras miserias regadas cual estela, caímos por el barrio.
Por esa época nuestro medio de locomoción favorito (no nos alcanzaba para otra cosa) era la bicicleta. Pasamos a buscar la mía, luego la de Dani y así como estábamos, borrachos, drogados y demacrados salimos a pedalear en traje. El mío era azul y vaya a saber quién me lo había pasado o prestado, jamás hubiese gastado plata en una indumentaria que utilizaría a lo sumo una vez cada dos años. El de Dani era negro o azul oscuro. También llevábamos camisa, corbata y zapatos, claro. Cómo era domingo por la mañana sólo nos cruzamos con viejos insomnes que salían a hacer las compras y con trasnochados estropeados como nosotros. Llegamos a la villita de Alicante y Caupolicán y en la esquina había unos tres ó cuatro conocidos (ejemplares literales de los trasnochados estropeados), entre ellos Lucho, el negro Lucho, Pulga o Luis Ricardo Ojeda, ya a esa altura un compendio inconmesurable de anécdotas donde abundaban las trompadas, tiros, puñaladas y huidas al límite. En ese entonces (y aún hoy) nos teníamos mucho aprecio, tanto que esa mañana le recordé nuestra infancia y adolescencia conjunta, mientras tomábamos de una jarra con algo que parecía hielo con vino y naranja y se ve que estaba sensible o muy borracho porque en un momento me abrazó y comenzó a llorar, con hípidos y todo.
No recuerdo de quién fue la idea pero fuimos con Dany y Lucho, a buscar al Turquito Gustavo que vivía a dos cuadras de ahí, en Mocoretá y Caupolicán, precisamente. Golpeamos la ventana de su habitación que daba a Caupolicán y a los 5 minutos salió en musculosa de boca, short y ojotas. El Turquito Gustavo era el chico más lindo del barrio, deseado por cuanta adolescente, joven y aún veterana existía en el límite de San justo y Casanova y un poco más allá, y un gran jugador de fútbol, elegante, con buena técnica y guapeza. Cuentan las buenas lenguas que Sanfilippo en persona fue dos veces a buscarlo a su casa para ficharlo en San Lorenzo, pero la pereza para entrenar y los vicios del barrio fueron más convincentes; por lo cual era también respetado por el ala masculina de la comunidad. Nos pusimos a charlar, el Turquito puteaba porque justo que se había acostado temprano para dormir hasta las 12 caímos a cargarle los planes, justo ese día que era su cumpleaños, toda una casualidad, un guiño del destino para con nosotros. Como a la media hora sale la madre, arrastrando la paciencia de las madres de los adictos, algunas veces quebrada, muchas veces inverosímil e inconmensurable y nos invita a tomar mate. No sé  por qué extraña ley del universo, después de agarrarte una mamua madre no te entra un mate  ni en formato de enema. Así que nos despedimos y nos retiramos como buenos ciudadanos, cada uno a su respectiva casa a descansar. En unos días volvimos a encontrarnos y el turquito entre risas comentaba que pensó "que el Murdoc (así me llamaba) la había pirado, en bicicleta, con traje, pensé que se había vuelto loco y venía  a recitarme la Biblia".
Años después me enteré que andaba vendiendo bolitas de fraile que el mismo hacía, ya era una sombra de aquel muchacho ganador que despertaba todo tipo de pasiones en las damas y el número 5 que todos querían en su equipo. Por ese entonces le habían diagnosticado HIV, producto de compartir jeringas con cuánto cachivache se le cruzara de madrugada. A esa altura ya se cuidaba y las dos o tres veces que nos cruzamos me vendió bolitas, hablamos de tiempos pasados gloriosos y también de la Biblia, se había aferrado al evangelismo.
Una tarde de invierno, como a las 19 horas llama Martín, mi sobrino hermano, yo vivía entre Once y Congreso por esos años, para contarme, muy acongojado que había fallecido el Turquito, "lo enterraron hoy en Villegas", lo escuché incrédulo. Recuerdo que lloré más de media hora en silencio, repasando todos los momentos compartidos y pensando que nadie debería morir a los 34 años por más abusos, vicios y despropósitos que haya hecho de su vida.
Cada vez que voy por Mocoretá y Caupolicán pienso en pasar a saludar a su madre. Alguna vez tuve el impulso de bañarme, afeitarme, perfumarme, ponerme una camisa, corbata, zapatos y traje e ir hasta su casa con un ramo de flores pequeño, delicado y dejárselo a la madre para que lo coloque junto a la urna donde guarda sus cenizas. Después pensé que mejor no, porque el Turquito podría pensar que me volví loco de nuevo.

Comentarios

Entradas populares de este blog

PROYECTO: PALETS LC (Muebles de Palets Reciclados)

Demostración de Boccias en el Cef 112

Cine Sele