Cine Sele
El Sele fue el único Cine durante mucho tiempo en San Justo; hace unos dos años inauguraron un Cinemark en el Walt Mart de la Rotonda, lugar que por testaruda fidelidad jamás pisaré.
Actualmente las instalaciones del Sele se limitan a una enorme, gris y abandonada mole, cuando bajás del colectivo en esa esquina pensás que la segunda guerra acaba de terminar y en ese predio se libró la última batalla.
Recuerdo que en una época, ya en firme decadencia, los sábados de trasnoche proyectaban una película de la Coca Sarli y una de terror. Invariablemente primero exhibían la de terror, pero uno (que ya se sabía cobarde en esos años) soportaba estoicamente con tal de ver a la Gran Dama del Cine Argentino revolcarse literalmente con personajes buenos, malos, justos, temerosos, jóvenes, viejos, locales y extranjeros; jamás discriminaba, esa era una de sus tantas virtudes, entre las que sobresalían (como en las piletas, ríos o lagunas cuando hacía la plancha) sus turgentes y briosos pechos.
Las funciones de trasnoche de los sábados eran un clásico entre los adolescentes del barrio, quienes al otro día negaban (negábamos) enfáticamente haber participado de ese espectáculo dantesco, pornográfico y alejado de las sanas costumbres católicas, apostólicas y romanas.
Jamás olvidaré una noche en particular, estábamos ensimismados con una escena de la aclamada "Fiebre", cada uno en sus quehaceres, cuando de golpe, sin previo aviso (ni medio agua va), se encendieron las luces de la sala y se cortó la proyección. Liberamos las manos y dirigimos la vista hacia los pasillos de entrada por donde emanaban policías por doquier. El oficial, capitán o quien sea que estaba al mando del operativo (tenía unos desagradables bigotes, tipo mostachos y cara de haber estado bebiendo hasta 2 minutos antes de entrar en acción) vociferó: "Todos en sus asientos, sólo nos llevamos a los menores". Por consiguiente, el único que quedó en la sala fué Don Raúl, el anciano y bonachón acomodador, ya que ni el vendedor de entradas (que luego se transformaba en vendedor de golosinas y gaseosas) había quedado.
Nuestros padres, tutores o responsables adultos debieron ir a retirarnos a la Comisaría 1ª de San Justo con cara de dormidos, fastidio, odio y porqué no decirlo, hasta de cierto orgullo. A algunos de mis compinches les dolió el orgullo unos cuantos días, a mi solo me recriminaron y prohibieron volver al cine hasta cumplir la mayoría de edad.
A raíz de estos acontecimientos jamás pude ver completa unas de las obras cumbres de la filmografía nacional. Ver a la Coca hoy me produce una amarga nostalgia, solo comparable a ver al Sele en este estado.
Desde hace un tiempo se me cruza un tristísimo y horrible presentimiento, que en ese sagrado recinto construirán una iglesia. Me consuelo pensando que de ser así, cuenten conmigo para las ceremonias de los sábados por la noche.
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